Mañana fría de finales de febrero, carretera gris de retorno, el sol tras los árboles que ilumina mi cara intermitentemente, campos de cristal de una noche glacial que recuerdan a un mar en calma, y el sonido del viento en el regreso.
Mi camino se convierte en algo relajado, digno de saborear segundo a segundo, metro a metro, la belleza del paisaje que se va mezclando con la quietud del momento, sin nada ni nadie que interrumpa el ritmo de los pensamientos que llegan, cumplen su función de gran recuerdo y van desapareciendo como los personajes de un gran teatro.
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