Germinó
el ahuacatl que había sembrado hacía ya tres semanas. Lionela
siempre había sido una persona muy impaciente con esas prisas que
persiguen a las mujeres, andaba todo el día de un lado para otro
haciendo tantas cosas; y no adelantaba en nada, o al menos esa era la
sensación que le quedaba cuando daba por terminada la jornada .
Mientras
zurcía los calcetines recordaba con añoranza los tiempos en que
nada la paraba, pensaba y hacía; conseguía salir airosa de todo lo
que se proponía, siempre fue una mujer inteligente a la que le
gustaba mucho dedicar tiempo a la lectura, aún recuerda cuando le
decían “dejate de leer tantos cuentos, que eso no te va a dar de
comer”, y ella pensaba, ¡pues sin comer!, comer es para vivir y
vivir sin poder leer no es vida, mejor no vivir...había sido una
buena estudiante pero se enamoró y el amor cambió el rumbo de su
vida, se casó y llegaron los niños …
Continuó
con su tarea de la ropa, después de recoser los rotos, dedicó una
buena parte de la mañana a planchar, pantalones a los que hay que
marcar muy bien la raya para que Ricardo vaya presentable al trabajo,
blusas, camisetas y camisas, muchas camisas, Ricardo trabaja con
traje de chaqueta y lleva corbata, tiene un puesto de jefe de
departamento en unos grandes almacenes, empezó a trabajar siendo muy
joven primero como mozo de almacén, después estuvo un tiempo
reponiendo mercancía; mientras colocaba los estantes atendía las
peticiones del público cuando le preguntaban, pronto ascendió a
dependiente, a encargado y a jefe de departamento, llevaba ejerciendo
en este puesto desde hacía ya unos años...
Cuando
Lionela hubo terminado con la plancha comenzó a recoger la ropa que
había quedado dividida en tres montones, empezó a colocar a la
izquierda del armario, unas blusas en las perchas y vaqueros en los
estantes, a la derecha, los pantalones colgados en las perchas, cada
pantalón con una camisa, todo con su orden, cada cosa en su sitio,
iba diciendo mientras guardaba la ropa. Encima de la mesa quedó el
montón de ropa del hijo menor, Miguel, que iría directamente a la
maleta. El chico empezaba la carrera e iría a Salamanca a estudiar,
la elección de esta ciudad no fue por casualidad ya que Bruno su
hermano mayor ya estudiaba allí desde hacía un par de años.
Era
viernes, Lionela estaba muy ocupada, ahora empezaba en la cocina,
había hecho varios tipos de comida, lentejas con chorizo, potaje de
garbanzos, alubias con almejas, preparó caldo, hizo una tortilla de
patatas, albóndigas, carne con tomate, pescado en salsa, pollo en
escabeche, y unos cuantos platos más, los había ido colocando en
tuppers, iba separando las raciones de dos en dos, cuando estaban a
temperatura ambiente los iba guardando en el frigorífico. Para comer
ese día había hecho una paella y pollo en salsa para dos, ya que
sólo comían en casa Miguel y ella, también había preparado unas
manzanas al horno para el postre ya que eran las favoritas del hijo
menor, lo cierto es que había preparado los platos que más le
gustaban a él.
Llegó
la hora de comer, colocó la mesa con mucho esmero, puso el mantel,
utilizó la vajilla y la cristalería que usaban en las ocasiones
especiales, abrió una botella de vino espumoso de esos con sabor
afrutado que sientan tan bien, y esperó pacientemente a que Miguel
bajase a comer. Como era costumbre en la casa llegada las dos y media
se servía la comida a esa hora bajó el chico de su cuarto, besó a
su madre y se sentaron a comer, disfrutaron del menú con una charla
agradable, hablaron de los tiempos pasados recordando la niñez de
Miguel el día que llegó al mundo, una mañana de finales de
febrero, Lionela reconoció que no quería que naciese el día
veintinueve, no quería verse en la necesidad de explicarle a un niño
qué por caprichos de un Cesar romano había años que en el
calendario no aparecía su fecha de cumpleaños, cosa que al final no
tuvo que preocuparse pues Miguel nació el veintiocho de febrero a
las doce de la mañana, en un parto normal, rápido, sin
complicaciones, llegó al mundo en una mañana luminosa, Lionela se
emocionó al verle la carita tan redonda su cuerpecito rosado y esos
ojos grandes que la miraban con expresión de la curiosidad del que
ha encontrado un tesoro, tan diferente al parto de Bruno, en el que
todo fue un cúmulo de despropósitos que después de unos años
había conseguido desterrar de sus recuerdos. Recordaron los buenos
momentos y algunos de los malos, los dos reían con la conversación
entre bocados de comida y sorbos de vino. Acabada la comida juntos
metieron los platos en el lavavajillas, retiraron el mantel, un rato
de descanso y un café...
Empezaron
a hacer la maleta, Miguel dejaba que Lionela hiciese, la miraba desde
la puerta de la habitación mientras ella doblaba la ropa, calculaba
la medida y la colocaba sin desaprovechar ni un sólo espacio, el
chico contemplaba el balanceo de su larga melena negra cada vez que
iba y venía, cada vez que doblaba y colocaba.
Por
la tarde ya casi anochecido apareció Ricardo, que siempre llegaba
cansado, pero de buen humor por estar al fin con los suyos, cenaron y
se fueron pronto a descansar ya que el día siguiente sería largo.
Llegó
la mañana, era sábado, se levantaron todos muy temprano,
desayunaron juntos café con tostadas y una conversación muy
animada. Mientras ella recogía y se vestía, Miguel y Ricardo
cargaban el coche Lionela terminó de vestirse, pantalón vaquero,
blusa blanca y una chaqueta negra, zapatos bajos para caminar con
comodidad, maquillaje suave y perfume de rosas.
En
breve emprendieron el viaje, Miguel miraba por el cristal trasero, en
silencio se iba despidiendo de su casa, de su calle, de su barrio...
en el fondo era tan sentimental como su madre, mientras Ricardo y
Bruno eran más despreocupados en ese aspecto. El viaje transcurrió
con la normalidad esperada, una parada a mitad del trayecto para
repostar, tomar algo, ir al baño y estirar las piernas de ahí
directo hasta la casa de Bruno.
Al
llegar a Salamanca se perdieron aún llevando GPS, Ricardo renegaba
de la tecnología pero gracias al buen sentido del humor de Lionela
la cosa no fue a mayores, ella decía que como buen guía primero les
mostraba la ciudad y después les llevaba a su destino, ¡Llegamos al
destino, colega! Exclamó aquel aparatejo, los tres rompieron en unas
enormes carcajadas al unísono.
Bruno,
¡estás guapísimo! lo abrazó Lionela, desde que se vieron en su
última reunión familiar un fin de semana en la playa no se habían
vuelto a ver, Bruno se había dejado una perilla que le daba un aire
muy atractivo y había cambiado su peinado. Descargaron el equipaje
de Miguel en el piso alquilado, era un lugar muy luminoso y espacioso
tenía una gran balconada que bordeaba la esquina del edificio, y las
vistas desde allí eran impresionantes. Bruno ayudó a su madre a
colocar toda la comida que había traído para estos primeros días
de convivencia de los dos hermanos.
Descansaron
un poco antes de salir a dar un paseo por la ciudad y tomar algunas
raciones que hicieron las veces de comida familiar. En el bar, Miguel
jugueteaba con un palillo que había quedado en el centro de la mesa,
su madre instintivamente alargó el brazo y la colocó su mano
encima, después llegó la de Bruno y tras ella la de Ricardo, y allí
quedaron por un buen rato, con sus manos unidas como un equipo que va
a saltar al campo después de una parada técnica. Lionela guardó
esta imagen en su recuerdo y le colocó el título de “mi familia”.
Llegó
el momento de la despedida, allí en la acera estaban los dos
hermanos el uno al lado del otro, su madre los miró, recordó sus
primeros pasos, primeras palabras, el día en el que a Bruno le salió
su primer diente, y cuando Miguel perdió su primer diente de leche,
un recorrido en imágenes de toda la infancia y juventud de sus dos
hijos, los abrazó, los besaba alternativamente, acercó las cabezas
a sus hombros mientras les acariciaba la nuca, se armó de firmeza y
los separó de si, les dijo, “cuidaos, defendeos, protegeros el uno
al otro, sois hermanos, sois mis niños, no lo olvideis nunca”.
Se
montó en el coche con las lágrimas a punto de resbalar por sus
mejillas, se inclinó hasta encuadrarlos por el espejo retrovisor, el
coche comenzó a avanzar y ella miraba como las figuras de Bruno y
Miguel se empequeñecían en la distancia, sintió que un agujero se
abría en su interior, la distancia aumentaba, las figuras decrecían
hasta que el agujero de su interior se convirtió en un abismo...